La pregunta entró con la fuerza de un rayo en los celulares de la dirigencia política y empresaria, anoche, a las 20.13. Incluso en el teléfono de Alberto Fernández. Todavía Sergio Massa estaba en el escenario. Sus palabras generaban dudas, incertidumbre, desconcierto. Un poco de miedo, también. El ministro de Economía acababa de trasladarle al presidente actual y a quien lo sucederá el 10 de diciembre, Javier Milei, la responsabilidad de poner en marcha un mecanismo de enlace para que en los próximos 19 días haya un normal funcionamiento de la economía. Como si quisiera sacarse de encima en un segundo todo el poder acumulado durante un año y tres meses de gestión, en los que hizo y deshizo a su modo, primero como superministro y, luego, -ya relegado Fernández a actividades protocolares- como virtual presidente. Pero, en efecto: ¿Estaba diciendo que renunciaba a su cargo? Fue tan confuso que muchos pensaron que sí.
Apenas bajó del escenario, a Massa le advirtieron el ruido que había generado su discurso. Enseguida, a través de sus voceros, aseguró que se quedaría en su sillón hasta el último día. Pero dos horas más tarde el rumor se instaló con fuerza en la Residencia de Olivos: “Sergio se quiere ir -decían en el círculo íntimo de Alberto Fernández-, no se quiere hacer cargo del desastre que puede venir”. Minutos antes, el ministro le había asegurado al canciller Santiago Cafiero, uno de los hombres más cercanos al Presidente, que resistiría en su puesto.
Algo podría haberlo hecho cambiar de opinión. Trascendió que pediría licencia hasta el 9 de diciembre para favorecer la transición. ¿O sea que evalúa la posibilidad de reasumir un día antes de la despedida del Gobierno? ¿Por qué pediría licencia y no se inclinaría directamente por la renuncia? ¿Qué cambia? Es una rareza sin antecedentes en un momento tan caliente de la actividad económica. Massa hizo saber su posición final cerca de la medianoche: “Voy a esperar la reunión de Alberto con Milei antes de ver si pido licencia”, dijo en distintos mensajes por WhatsApp.
Durante la campaña, en especial sobre el filo de la veda, el tigrense se molestó cuando le preguntaron si pensaba continuar al frente del Palacio de Hacienda, cualquiera fuera el resultado. Dijo que sí, que no se iría. Ahora, en caso de tomarse licencia, su lugar podría ser ocupado por el secretario de Hacienda, Raúl Rigo, quien monitorearía la transición junto al presidente del Banco Central, Miguel Ángel Pesce.
Lo que asoma por delante es ingrato para ellos. Massa padeció varias tormentas de los mercados desde su asunción. El dólar saltó de $ 292 a $ 1.000. Las reservas del Banco Central se desplomaron. La inflación no paró de crecer: pasó del 70% interanual con Martín Guzmán a 140% en los últimos doce meses. Y el número de pobreza se volvió escalofriante: alcanzó el 40,1% en el primer semestre de este año.
Lo peor, sin embargo, está por venir. Esa es la pesadilla que persigue a Massa y la que lo lleva a pensar que lo mejor para él podría ser una salida anticipada. El dólar podría dispararse, la inflación difícilmente se pueda mantener a la baja como en octubre -que tuvo un breve respiro- y los indicadores de pobreza serán más drásticos cuando se procese la devaluación del 22% que el Gobierno decretó después de las primarias. Un combo explosivo para un dirigente de 51 años que está obsesionado con la presidencia y que, como se ha visto, está dispuesto a mucho con tal de cumplir su meta.
El plan de dolarización de Milei ya provocó cimbronazos cuando el líder de la Libertad Avanza ganó las PASO. Las turbulencias se enfriaron, aunque no del todo, con la victoria de Massa en las elecciones generales de octubre. Esa tensa calma fue posible porque el ministro y candidato apeló al látigo para controlar el mercado. Ordenó inspecciones a las cuevas, detuvieron a muchos “arbolitos” y hasta apeló a manos amigas para que restringieran la venta de dólares en el mercado informal. Esos operativos se reforzaron en las 48 horas previas al fin de semana largo. Las cuevas dejaron de vender o solo lo hacían por módicas transacciones de 200 dólares. “No estamos operando”, era el escueto mensaje en las ventanillas.
Massa y su equipo tienen muy presente la sensible situación que debió atravesar Mauricio Macri cuando perdió las primarias con Alberto Fernández. El dólar había cerrado en 48 pesos el viernes previo y saltó a más de 60 el lunes. La corrida generaría la renuncia del ministro de Economía, Nicolás Dujovne. ¿Qué pasará el martes?
Hoy, el panorama es incluso más delicado porque el que acaba de vencer en las urnas propone dolarizar la economía. Fue la principal promesa de campaña de Milei y, anoche, apenas se alzó con el triunfo, le dijo a su equipo que insistirá con su proyecto. “Tenemos Plan A, B y C”, suelen explicar sus técnicos. Emilio Ocampo, ya confirmado como el futuro titular del Central, convocó para esta mañana a una reunión con su staff. La gran pregunta es quién comandará el Ministerio de Economía. El nombre que más suena es el de Federico Sturzenegger.
La caída en desgracia de Massa se expandía anoche a las distintas fracciones del oficialismo. El pase de facturas comenzó apenas se supo la notable diferencia que Milei le sacaba a Massa. La Cámpora y Máximo Kirchner, que venían golpeados por el escándalo Insaurralde y el caso Chocolate, desaparecieron de escena. Axel Kicillof intentará librarse de ellos.
Cristina está en shock. Siempre evaluó que era posible una derrota, nunca que fuera tan dramática. La espera ahora un viaje a Europa y una posible visita al papa Francisco. Cuando regrese, una compleja trama de causas judiciales podría conducirla a varios años de prisión domiciliaria. Ya tiene una condena a seis años por fraude al Estado. No tendrá fueros ni cargos públicos desde el 10 de diciembre.
El amplio abanico de medios kirchneristas no encontraba razones para una caída tan brusca. Pero buscaban responsables. Algunas transmisiones se terminaron abruptamente antes de lo esperado. En la TV Pública eligieron pasar La Pantera Rosa. (clarin.com)