En el corazón del litoral argentino, la realidad de los puertos de Formosa y Corrientes pone en evidencia dos modelos económicos radicalmente distintos. Mientras que en Corrientes el puerto se ha convertido en una plataforma clave para la exportación, en Formosa el puerto capitalino parece haberse resignado a la contemplación pasiva del río. Lejos de ser un nodo estratégico para el comercio, el puerto formoseño se limita hoy a un uso meramente turístico y protocolar, como un decorado más del paisaje urbano, desaprovechando su potencial logístico y económico.
La diferencia no es meramente geográfica ni coyuntural: es política. Corrientes apostó a una política de infraestructura inteligente, fomentando alianzas público-privadas, simplificando trámites aduaneros y promoviendo inversiones en logística. Como resultado, su puerto se ha transformado en una herramienta concreta de desarrollo productivo, facilitando la salida de arroz, madera, citrus y otros productos, generando empleo y dinamizando las economías locales. Formosa, en cambio, continúa atrapada en una lógica de administración pasiva y centralista, más preocupada por mantener una fachada de orden que en activar motores reales de desarrollo.
Resulta incomprensible que en una provincia con extensas costas fluviales y capacidad productiva desaprovechada, el puerto no sea utilizado como vía estratégica de transporte y comercio. El Gobierno de Formosa, con décadas de gestión continua, no ha logrado —o no ha querido— reconvertir el puerto en un espacio que sirva a los intereses del pueblo trabajador, del productor bananero, ganadero o agrícola que debe cargar con altísimos costos logísticos por no contar con una vía fluvial activa y eficiente.
La mirada corta de la dirigencia local contrasta con los discursos grandilocuentes sobre “soberanía alimentaria” o “diversificación productiva”. ¿De qué sirven esas consignas si no se acompaña con obras y decisiones que abran las puertas al comercio? Mientras Corrientes bate récords de movimiento portuario, Formosa se limita a mostrar su puerto como un atractivo más para las selfies turísticas.
La economía regional necesita decisiones valientes y eficaces, no monumentos vacíos. La reactivación del puerto de Formosa no es solo una deuda con el desarrollo: es una deuda con el pueblo que quiere producir, que espera y que merece ver al río Paraguay como una vía de progreso, y no como un simple espejo de agua al que se le da la espalda.(de nuestra redacción)



