Talleres se impuso 1-0 en el Monumental y le provocó al Muñeco su primera derrota en su segundo ciclo; tras un error de Paulo Díaz, a River no le alcanzó el aluvión ofensivo en el segundo tiempo.
Los errores puntuales, en las dos áreas, pesaron más que el espíritu y la rebeldía para torcer la suerte. Después de la clasificación a las semifinales de la Copa Libertadores que se vivió como el triunfo de la actitud, a River le tocó un partido jeroglífico, que no pudo resolver, más allá del empeño y los merecimientos que hizo en el segundo tiempo. Marcelo Gallardo perdió el invicto de su segundo ciclo en el undécimo encuentro, tras cinco victorias y cinco empates. La derrota respondió más a los imponderables del fútbol, a la naturaleza escurridiza de muchos resultados, que a un decaimiento pronunciado de lo que venía mostrando.
Una caída que le duele más porque frena su recorte de puntos con los primeros, aun cuando terminó arrinconando a un Talleres que en el primer tiempo lo había mantenido a raya. Salvo en la goleada a Atlético Tucumán, este River de Gallardo se movió en la franja de los resultados cortos, ajustados. Cuando tuvo poco cuerda y no logró ser superior a su rival, empató más de un encuentro (Huracán, Gimnasia, Independiente, Colo Colo en Santiago). Edificó de a poco hasta que Gallardo tuvo en la pausa por las eliminatorias el margen de tiempo para poner más cimientos e instalar columnas, sin muchos adornos ni detalles estilísticos, pero si dando aspecto de confiabilidad y seguridad.
El equipo que rara vez se equivocaba atrás, ante Talleres no pudo reparar el grueso error de Paulo Díaz, que en el segundo tiempo continuó su tarde horrible con la pelota al fallar en tres pases. River desplegó un aluvión ofensivo en la segunda para compensar ese error. Varias atajadas de Herrera, el travesaño y la falta de puntería en la definición lo fueron consumiendo.
Por momentos intentó con una línea de tres zagueros a partir del ingreso de Solari –autor de un par de buenos centros- por Bustos, demasiado confuso en sus proyecciones. Mastantuono sumó su determinación para encarar y buscar la estocada profunda. Volvió Echeverri –suplente sin minutos ante Boca y Colo Colo- y se lamentó que un remate dentro del área se le fuera alto.
Borja, que hasta hace unas semanas encontraba el gol desde cualquier posición, sigue con la persiana baja frente al arco. Atraviesa por una racha que River sufre porque se había acostumbrado a depender de su eficacia.
El River pétreo, compacto, se encontró con su espejo. Un rival que le opuso las mismas armas con las que el equipo de Gallardo se viene abriendo paso: rigor táctico, concentración, buen escalonamiento. Todo ese andamiaje que Gallardo se encargó de instalar desde el minuto uno de su segundo ciclo, crujió con un error individual, el tipo de desliz que Talleres no se permitió en el primer tiempo. Como si tuviera zapatillas con la suela lisa, Paulo Díaz se resbaló tras recibir un pase atrás de Acuña; estuvo atento Girotti para aprovechar el regalo, gambetear la salida de Armani y poner el 1-0. El delantero que Gallardo hizo debutar en River y al que le señalaba que debía mejorar en técnica y asociación, le mostraba al Monumental su evolución futbolística, y también su respeto en un festejo sin revanchismo.
Con Lanzini por el lesionado Meza, no encontró la manera de abrir a Talleres en el primer tiempo. Cuando estuvo cerca del gol no fue por elaboración del juego, sino por la presión de Lanzini en el área adversaria para que la pelota le quedara Borja, que sacó un remate que Herrera desvió al córner. Eso ocurrió a los 6 minutos y no fue el anuncio de una andanada ofensiva. Cinco minutos más tarde llegó la patinada de Paulo Díaz y la cuesta del partido se le hizo más empinada a River.
Talleres fue poniendo roca sobre roca para que River tropezara. Afirmado en los zagueros centrales Portillo y Juan Rodríguez, el repliegue visitante obligaba a River a jugar mucho de espaldas, a no encontrar líneas de pase, a desgastarse física y mentalmente sin dar con alguna solución.
Talleres tenía claro su plan y lo llevaba a la práctica. Orden defensivo y pelotazos para sortear la presión local. Simple y efectivo. Recién a los 30 minutos de la primera etapa apareció la zurda de Botta para dibujar algunos toques y gambetas. Cambio de ritmo y sorpresa necesitaba River. También hilvanar jugadas con cuatro o cinco pases seguidos, sin imprecisiones provocadas por la pegajosa marca cordobesa. Por instantes, River daba la impresión de estar invadido por la impotencia. Talleres también le elevaba la impaciencia con las demoras para reanudar el juego y el sinfín de molestias físicas de Herrera tras cada atajada.
Antes del final del primer tiempo River consiguió moverle un poco el piso a Talleres. Por empuje, con un subidón anímico. La reacción fue más acentuada en el segundo período. Hubo más movilidad y desmarques, Talleres ya no interrumpía tanto el circuito rival. Si bien River por momentos abusaba de los centros, las situaciones de gol empezaron a sucederse. Los ingresos de Solari y Mastantuono le dieron más profundidad. River lo intentaba de todas maneras, hasta con una jugada imperial de Pezzella, que tras un corte en campo propio terminó con una tijera en el área rival que despejó el inexpugnable Herrera. Se le fue el partido a River y el invicto a Gallardo, detrás de 23 remates y una patinada que pudo ser anécdota y terminó siendo fatídica. (lanacion.com)