El kirchnerismo nuevamente intenta desengancharse de la suerte del monstruo que ellos mismos crearon. Un nuevo intento de reescribir la historia por parte de Cristina puede llevarnos a otro abismo.
Cristina Fernández de Kirchner ejercita por estos días el deporte político que mas ha caracterizado a su familia durante todos los tiempos: escaparle a poner la cara en la responsabilidad que le compete ante muchas de las desgracias que vivió este país en los últimos años. No es novedad, ni nadie se va a sorprender por ello. Lo han hecho los Kirchner desde sus inicios en la intendencia de Río Gallegos hasta ahora.
La existencia política de Alberto Fernández, su desastroso paso por el poder y hasta su derivación final en la violencia personal contra su esposa Fabiola Yañez en un contexto de poder y sumisión, debe imprimirse en un esquema similar y en la misma lógica.
La expresidenta apela por estos días a un ejercicio de reescritura de la historia que se lo hemos visto en múltiples ocasiones. No es nuevo ni sorprende, el peligro es que una vez más haya público, aunque sea mínimo, dispuesto a creerle.
Todo el kirchnerismo busca ahora sacarse la culpa de haber creado a Alberto Fernández. El expresidente comenzó su carrera en las cercanías de Carlos Menem y Domingo Cavallo como superintendente de Seguros de la Nación. Eso fue entre 1989 y 1995, aunque en el Gobierno de Raúl Alfonsín ya había tenido un cargo menor en la estructura del ministerio de Economía.
Se estima que de esa etapa en el mundo del seguro Alberto Fernández aprendió los detalles que durante su presidencia terminaron desencadenando el escándalo de los brokers que cobraron innecesarias comisiones por más de $ 3000 millones en Nación Seguros para asegurar organismos y empresas del Estado que el propio presidente había colocado en situación de clientes cautivos mediante un decreto.
No hace falta caminar mucho para desandar luego su historia en el PJ de la Capital Federal, que poco brillo político tiene para mostrar: el nacimiento del grupo Callao y luego su llegada a la intimidad de los Kirchner, un poco antes que el patagónico recibiera el regalo del cielo de Eduardo Duhalde al hacerlo presidente solo para frenar a Carlos Menem en esa incendiaria elección del 2003.
No hay dos o tres Albertos Fernández distintos; es uno solo y siempre fue el mismo. El Alberto jefe de Gabinete de Néstor y Cristina Fernández de Kirchner desafiaba y faltaba el respeto al Congreso como nunca se había visto hasta ese momento y el peronismo de todos los colores mantenía silencio ante sus bravuconadas porque el funcionario obraba bajo la luz que le regalaba el poder de los Kirchner.
No había nada propio en el Alberto de esos tiempos: era todo prestado y en absoluta conformidad de los Kirchner. Como lo fue en la elección presidencial del 2007 cuando los Kirchner le confiaron a Alberto Fernández el comité de campaña y la recaudación de fondos para financiar la carrera presidencial de Cristina. Quizás algunos lo olviden, pero el encargado fue Héctor Capaccioli, funcionario de la máxima confianza de Alberto Fernández que luego quedó procesado en un fallo del juez Ariel Lijo por supuesto lavado de dinero en la campaña presidencial junto a cuatro empresarios farmacéuticos.
Resulta increíble que esa campaña no haya dejado más ruido en la historia argentina habiendo quedado en el medio del triple crimen de General Rodríguez en el que aparecieron muertos Sebastián Forza, Leopoldo Bina y Damián Ferrón, relacionados con el tráfico de efedrina y una venganza de cárteles mexicanos ejecutada con la autoría intelectual de Ibar Pérez Corradi, detenido en Paraguay.
Forza, según investigó la justicia y también confirmó su viuda Solange Bellone, entregó cheques para financiar la campaña presidencial de Cristina. Nunca se terminó de aclarar si esa acción fue para lavar dinero del narco o como aporte “social” a la campaña, pero los cheques y el escándalo terminaron con la carrera de Capaccioli, pero no con la de Alberto Fernández.
Deberá hacerse cargo también el periodismo de por qué le permitió a Alberto Fernández lavar su imagen K y transformarse en un opositor a Cristina después de haber renunciado a ser su jefe de Gabinete. Fueron tiempos en los que el expresidente supuestamente pasó al llano, pero esa imagen de lejanía del kirchnerismo duro fue la que años después le sirvió a Cristina Fernández de Kirchner para construir el engendro político que fue la fórmula presidencial del 2019, con Sergio Massa y los gobernadores peronistas traccionando detrás. Una vez más, el kircherismo engañaba a un electorado desesperado por la frustración del Gobierno de Mauricio Macri mostrando una opción falsa.
En el 2022 todo el kirchnerismo ya buscaba sacarse a Alberto Fernández de encima y siempre bajo las órdenes de la creadora del fenómeno: Cristina Fernández de Kirchner. Por ese entonces, Sergio Berni utilizó una frase campera que resultó graciosa pero que escondía un razonamiento perverso: “El que trajo al borracho que se lo lleve”, dijo en televisión sobre Alberto que por entonces ya había comprobado que con la estrategia de ahogamiento social en la cuarentena por la pandemia y el manejo de la economía se encaminaba a protagonizar el peor Gobierno de la historia democrática argentina.
El problema es que, más allá del chiste, Berni simulaba enviar también un mensaje a Cristina Fernández de Kirchner, siguiendo la metáfora, responsable de haber “traído” al borracho. Y la verdad es que Berni nunca estuvo lejos de Cristina, sino que, por el contrario, siempre jugó la posición de brazo derecho de los Kirchner, muy útil ante las crisis de inseguridad.
Al país le faltaba aún sufrir un año más de manejo económico a manos de Sergio Massa, multiplicando la emisión al infinito para financiar un país imposible y una campaña presidencial delirante.
Hoy el kirchnerismo intenta peligrosamente reeditar sus mismas estrategias de salvación. Alberto Fernández esta acusado de violencia contra su propia esposa y casi en presencia de su hijo y parte de los funcionarios de su gobierno, los más K y los menos K, ahora se rasgan las vestiduras cuando necesariamente deben haber tenido algún indicio de esa situación.
La propia Cristina debería explicar algunas referencias que hizo en público al teléfono del entonces presidente. Si algo sabía, ¿por qué no lo denunció? Su condición de funcionaria pública la obligaba doblemente.
Cristina es culpaba de haber sido la madre del monstruo, Massa de haber pertenecido y la prueba más cabal de ello es que, antes de la violencia personal sobre la ex primera dama, muchos de los integrantes de ese gobierno ya estaban siendo investigados por haber participado de una u otra forma en el escándalo de las comisiones en Nación Seguros, causa que destapó las desdichas de Yañez.
La causa que lleva adelante el juez Julián Ercolini en lo penal tiene una contracara en lo ético que provoca repulsión social. Los argentinos están espantados de la cotidianeidad de la degradación moral e institucional que asoló al país durante décadas, pero el peligro de olvidar la historia sigue siendo enorme.
Los golpes en el cuerpo de Fabiola Yañez son la imagen de la vergüenza a la que puede llegar la condición humana y deberán tener su contracara penal, pero la imagen del sobre con el escudo presidencial en dorado en el que Tamara Pettinato le jura amor clandestino al presidente es el símbolo de esa degradación en lo moral.
El kirchnerismo quiere alejarse de sus responsabilidades a velocidad máxima. Que lo logre o no dependerá casi exclusivamente de la memoria de los argentinos. Mayra Mendoza, siempre dispuesta a razonar la barbarie intelectual que le pida Cristina, no dudó en poner a la exvicepresidente en rol de víctima de Alberto. No se conoce casos de que quien manda resulte víctima del subordinado. La historia de la relación entre Alberto Fernández y los Kirchner le juega absolutamente en contra al mundo K.
Mendoza hasta llegó a enlodar a Fernando de la Rúa y Mauricio Macri en el mismo barro de Alberto. Son manotazos desesperados e irracionales de una bajeza nunca vista hasta ahora, pero que no sorprenden en el kirchnerismo.
Alberto Fernández puede enfrentar otros cargos tanto o más graves que los que se conocen hasta ahora. La “reducción a servidumbre” será planteada como una acusación concreta por parte de la abogada de Fabiola Yañez.
No fue casual que Fabiola pusiera el punto en eso en su reportaje al medio Infobae. Habrá mucho más horror a revelar por delante y mucha más degradación personal e institucional. Será importante que también haya más memoria. (mdzol.com)