Discurso del Escarmiento: ¿Un Líder Acorralado o Una Estrategia Peligrosa?. En un escenario político convulsionado por las tensiones internas dentro de su movimiento, Gildo Insfrán, lanzó un discurso plagado de amenazas y descalificaciones hacia sus opositores durante el acto central por el Día de la Lealtad Peronista. Desde la tribuna, Insfrán no escatimó en epítetos como «imbéciles», «farsantes», «traidores» y «sinvergüenzas», dirigiéndose no solo a la oposición política, sino también, implícitamente, a aquellos dentro de su propio movimiento que le cuestionan su liderazgo.
Pero lo más alarmante de su intervención fue su velada amenaza al afirmar que «cuando el pueblo pierde la paciencia, hace sonar el escarmiento», incitando indirectamente a la acción violenta. ¿Dónde trazamos la línea entre la retórica política y la incitación al enfrentamiento? El mensaje de Insfrán es un claro llamado a la confrontación, en un momento en que la provincia y la Argentina necesita, más que nunca, moderación y diálogo.
El discurso llega en un contexto en el que Insfrán enfrenta críticas no solo desde la oposición, sino también desde dentro del propio peronismo, un movimiento que él ha liderado en Formosa durante décadas con mano de hierro. Las deserciones internas y las divisiones que emergen cuestionan su liderazgo y su capacidad de mantener la hegemonía, mientras se aceleran las causas judiciales que podrían poner en jaque su reelección indefinida. Ante este escenario, el gobernador parece haber optado por una estrategia de endurecimiento discursivo, buscando galvanizar a sus bases y recordando la importancia de la «unidad en defensa de la Patria».
Sin embargo, esa misma unidad parece estar basada en la eliminación de cualquier crítica o disidencia. Al llamar a «dejar de lado la vanidad» y a «ser humildes», Insfrán aparenta proponer un discurso de conciliación dentro del peronismo, pero sus palabras contrastan con las amenazas directas hacia aquellos que se atrevan a desafiar su poder. «Vengan a buscar, pero van a caer ellos primero«, advirtió, desafiando tanto a la oposición como a los sectores que no comparten su visión autoritaria de liderazgo.
Es preocupante que Insfrán, en lugar de abogar por el diálogo y la paz social, alimente un clima de hostilidad que no hace más que profundizar las divisiones. La amenaza de «escarmiento» no es más que una incitación velada a la violencia, un mensaje que, en la Argentina de hoy, puede tener consecuencias impredecibles.
Un tono bélico para tiempos complicados
En un contexto en el que la política necesita más puentes y menos trincheras, el discurso de Insfrán va en la dirección opuesta. Sus ataques a la Boleta Única de Papel aprobada por la Cámara de Diputados, al considerar que se trata de una herramienta que le quita poder a la militancia, muestran una visión retrógrada y un temor al cambio democrático. Lejos de representar una amenaza para la soberanía nacional, esta iniciativa apunta a transparentar el proceso electoral, algo esencial en cualquier democracia moderna.
El gobernador formoseño afirma que «no va a contestar ningún agravio«, mientras utiliza su tribuna para agraviar a quienes no se alinean con su poder. La paradoja de su discurso refleja el dilema de muchos líderes autoritarios: exigir unidad mientras profundizan la división.
Es momento de que Formosa rechace este tipo de retóricas incendiarias que solo buscan perpetuar el poder a través del miedo y la amenaza. Argentina necesita líderes que apuesten por el consenso, que busquen soluciones a los problemas de la gente y que comprendan que la verdadera grandeza de una nación se construye con inclusión, diálogo y respeto, no con discursos de odio y división.
El juego peligroso de la violencia implícita
Aunque Insfrán intenta presentarse como el garante de la «unidad» y el defensor de la «Patria», sus palabras parecen contradecir ese llamado a la cohesión. ¿Cómo puede unificar a los formoseños y al peronismo cuando su retórica ataca y descalifica a quienes piensan diferente? Su mensaje, lleno de agravios y desprecios hacia la oposición, parece más orientado a consolidar una base fiel que a buscar consensos amplios. Y lo más inquietante es la insinuación de que, si la paciencia del pueblo se agota, habrá consecuencias. Este tipo de discurso devela un patrón retórico que busca legitimar un uso potencial de la fuerza o la violencia como respuesta política.
Las palabras importan. Cuando un líder político de su talla hace referencias al «escarmiento» popular, da luz verde a sus seguidores para tomar acciones más allá de los cauces democráticos. Insfrán, consciente de su influencia, debería sopesar las consecuencias de agitar a una base ya movilizada, especialmente en un país que ha visto cómo discursos inflamatorios pueden derivar en episodios de violencia política.
¿Un llamado a la unidad o una advertencia velada?
En sus llamados finales a la unidad y a la humildad, Insfrán intenta equilibrar su discurso, pero el daño ya está hecho. Un líder que tilda a sus críticos de traidores, y que invita a sus adversarios a «venir» porque «caerán ellos primero», se aleja de la humildad que predica y se aproxima peligrosamente a una postura de intolerancia y confrontación.
La Argentina aprendió a lo largo de su historia, que la retórica incendiaria no es el camino y que las amenazas de escarmiento suelen terminar mal. ¿Está dispuesto Insfrán a correr ese riesgo? (prensalibreformosa.com)