Si Riestra escribió la página más importante de su historia en una primaveral tarde de junio, fue por el apego a su sacrificio y a sus ganas. Aunque principalmente, porque River protagonizó un nuevo papelón en este turbulento 2024.
Ante un rival novato en Primera pero que se acostumbró a voltear gigantes, rodeado de disc jockey y bebidas energizantes en un escenario inapropiado para su historia, el equipo de Demichelis se comió otro vergonzoso sopapo como hace apenas 23 días lo había hecho contra Temperley.
Una derrota preocupante para cerrar un semestre ídem. Un nuevo golpe a la obsesiva ilusión de los hinchas, que a esta altura se preguntan si los refuerzos serán suficientes para que un equipo tan inocente y anémico de carácter cuando sale del Monumental, pueda soportar el enorme peso de las batallas que se le asoman en la Copa Libertadores fuera de casa.
Apático, vulnerable, livianísimo, por momentos pálido, se dejó llevar mansamente al juego que le propusieron los obreros de Fabbiani. Un juego simple, directo, pragmático, de hacha y tiza y muchísimo sudor. Un juego con demasiado amor propio pero sin pelota (la posesión, de hecho, fue propiedad exclusiva de la visita durante 7,8 minutos de cada diez) para contrarrestar a un contrario que no supo qué hacer con ella. Y al que, una vez más, le impusieron fácilmente las condiciones del juego.
En un terreno en el que la pelota saltaba, River tropezó una infinita cantidad de veces debido al toqueteo intrascendente. Salvo por un par de llegadas en cada tiempo (tiro en el travesaño de Solari con salvada cerca de la línea en el rebote del Diablito, y derechazo de Nacho en el primer tiempo; disparos de Mastantuono que se fueron cerca en el segundo), no supo desequilibrar a un oponente que, en su conjunto, cotiza menos que Echeverri.
Equipo poco confiable, repleto de jugadores endebles, el CARP chocó reiteradamente contra el muro de camisetas negras pero, más que eso, se estampó de frente contra su impotencia. Contra su inoperancia. Contra su desidia por momentos exasperante.
Sin Borja, no tuvo peso ofensivo. Sin Paulo Díaz, no tuvo seguridad defensiva. Sin alma, no tuvo siquiera un atisbo de rebeldía. Y generó una explosión de furia en los fanáticos, que están cansados de esta colección de penosos tiros en los pies.
River convive dentro de un histérico carrusel de emociones, en medio de una rutina tambaleante en la que se mezcla la clasificación como el mejor equipo de la Libertadores con capítulos vergonzantes como el de ayer, construyendo desconfianza para un ciclo que está cada vez más cuestionado.
Lo mejor para Demichelis y los jugadores, al cabo, es que después de este absurdo vengan las vacaciones. Quizá sirvan para que cuerpo técnico, futbolistas y dirigentes recapaciten acerca de las necesidades urgentes de un River al que solo pareciera salvarlo la vuelta olímpica en la Copa. Un objetivo que, en estas circunstancias, aparenta ser una utopía.
Si el Flaco Schaivi alguna vez hizo vender a Maxi López al Barsa, luego de cómo lo marcaron en el Bajo Flores los defensores de River tal vez logren que Benegas, clon posmoderno de su DT que cambió el partido al ingresar, sea vendido al Barcelona… de Ecuador.
Un gol de pelota parada (uno más y van…), un penal cometido luego de un saque lateral, foules inexplicables (Pirez, ¡circunstancial capitán!, a la cabeza en ese rubro), cambios inentendibles (¿era necesario poner a Palavecino, a horas de tomarse el avión rumbo a México?) y un desempeño general que arrastró hasta a jugadores con futuro (Boselli) son indicios de que lo peor puede no haber pasado.
La desesperación de los minutos finales, ese 3-2-3-2 en el que la anarquía se había apoderado de la escena riverplatense y cuatro pibes (Mastantuono, Echeverri, Ruberto y Subiabre) intentaban rescatar del naufragio a eso en que se había convertido River fueron las últimas imágenes de un 0-2 que les estalló en la cara a todos.
Como dijo Demichelis, no es gracioso perder en esa cancha: es hiriente. Por eso, solo con el tiempo se podrá medir verdaderamente el alcance que tendrán las esquirlas de esta caída. De este papelón. Ogro más. (ole.com)