En un nuevo despliegue de lo que se ha convertido en una constante en la política formoseña, el gobernador Gildo Insfrán una vez más demuestra su inclinación por utilizar cualquier oportunidad para hacer política partidaria con recursos públicos y sin reparar en las consecuencias éticas de sus actos. Esta vez, el blanco de su estrategia son los niños y niñas de la provincia, quienes, en lugar de recibir un simple gesto de afecto en el Día del Niño, se ven involucrados en una campaña de adoctrinamiento político.
El relato oficial destaca que, «siguiendo la premisa justicialista de que «los únicos privilegiados son los niños», el gobierno provincial entregará más de 200 mil juguetes a niños y niñas de todo el territorio formoseño». Sin embargo, lo que se omite deliberadamente en esta narrativa es que cada uno de estos juguetes lleva el nombre y apellido de Insfrán, junto con el logo partidario del justicialismo, transformando lo que debería ser una celebración inocente en una herramienta de propaganda política.
Es inadmisible que en pleno siglo XXI, y en una democracia que debería velar por la independencia de las instituciones y el respeto por la niñez, se utilicen recursos estatales para fines tan cuestionables. La distribución de estos juguetes, coordinada por militantes justicialistas y destinada a todas las instituciones educativas, tanto públicas como privadas, es un claro ejemplo de cómo se cruzan peligrosamente los límites entre el Estado y el partido en el poder.
Adoctrinar desde la más temprana edad, sembrando la semilla de la lealtad partidaria en los sectores más vulnerables de la población
Además, el hecho de que la logística de distribución esté a cargo de equipos de trabajo integrados por militantes del justicialismo deja en evidencia la verdadera intención detrás de esta «generosidad» gubernamental: adoctrinar desde la más temprana edad, sembrando la semilla de la lealtad partidaria en los sectores más vulnerables de la población.
Este tipo de acciones no sólo son éticamente reprobables, sino que también reflejan una alarmante falta de respeto por la infancia, que debería ser protegida de cualquier intento de manipulación política. En lugar de promover un desarrollo sano y libre de influencias externas, el gobierno de Insfrán opta por utilizar a los niños como peones en su juego de poder, perpetuando una cultura de clientelismo y sumisión.
Es urgente que la sociedad formoseña, y el país en su conjunto, tome conciencia de la gravedad de estas prácticas y exija un cambio de rumbo. Los niños no son votos ni instrumentos de poder; son el futuro, y merecen crecer en un ambiente donde se les enseñe a pensar por sí mismos, sin estar condicionados por los intereses de ningún partido político. (prensalibreformosa.com)